El trabajo en América Latina: en busca de una revolución que no deje a nadie al margen
NOTA l Ramiro Albrieu & Megan Ballesty l Junio 2022
Este artículo fue publicado originalmente en el diario Infobae. Para acceder a la publicación orginal cliquea aquí.
Imaginen entrar al probador de un local de ropa y descubrir que el espejo es también una pantalla interactiva que despliega el detalle de las prendas seleccionadas mientras ajusta las luces, sugiere un talle alternativo y ofrece una prenda complementaria. Además de personalizar las recomendaciones para cada cliente, el espejo inteligente se mantiene en contacto con las y los vendedores físicos, les comunica las necesidades de quien está en el probador y genera estadísticas útiles para la estrategia de negocio y para su propio aprendizaje.
Parece ciencia ficción, pero es solo una de las muchas transformaciones asociadas a la cuarta revolución industrial que atravesamos. Algo similar ocurrió con la electricidad y la máquina de vapor y George Orwell lo resumió magistralmente en una audición para la BBC en 1942: las tecnologías con poder disruptivo se convierten en signos de cambio de época, de un quiebre entre el pasado conocido y el futuro en gestación. La política, la arquitectura, el arte, todo se redefine a partir de ellas. Y la economía no es la excepción: en el pasado, tecnologías disruptivas resultaron ser la fuente principal del crecimiento económico, de creación de trabajos decentes y de mejoras permanentes en el bienestar. Esto es sabido por los países que llamamos “ricos” o de “altos ingresos”: son justamente las revoluciones industriales del pasado las que explican los grandes saltos de desarrollo que transformaron este conjunto de naciones en potencias.
Frente a las disrupciones asociadas a la Inteligencia Artificial, los países ricos se enfrentan hoy a un desafío central. Su gran preocupación es cómo adaptar las instituciones laborales y educativas ante un proceso acelerado de cambio tecnológico. Si las y los trabajadores logran adquirir rápidamente las habilidades que complementan las nuevas formas de trabajo, se puede volver a ganar la carrera contra el desempleo tecnológico. Nada que no se haya hecho en las revoluciones previas. El reto de los países desarrollados es, de algún modo, repetir su propio pasado.
En América Latina los incentivos para abrazar la transformación tecnológica son incluso más fuertes: la región se juega la oportunidad de dejar atrás los ciclos de “buena o mala suerte” marcados por los precios de las materias primas. Aprovechar la ventana al desarrollo que abren las nuevas tecnologías significa superar el pasado conocido y construir un futuro distinto, basado en la innovación y las mejoras de productividad.
Parece bastante obvio. Pero entonces, ¿por qué no aprovechamos estas ventanas en el pasado? Es la pregunta que se hacen los países que se quedaron “entrampados” con tecnologías, habilidades y tipos de trabajo que progresivamente perdieron vigencia en otras partes del mundo. Países que, al decir del economista e historiador estadounidense Douglass North, no contaron con el conjunto de instituciones, comportamientos y narrativas apropiadas para la implementación de las nuevas ideas que giraban por el mundo.
El resultado fue decepcionante. Por un lado, la región perdió terreno en la escena internacional, incluso en comparación con otras regiones del Sur Global como Asia emergente. Por otro, la modernización, cuando hubo, se concentró en islas de innovación, lo que dio lugar a una alta desigualdad que se volvió estructural. A diferencia de lo que ocurre en los países de altos ingresos, el desafío en nuestra región no es repetir los éxitos del pasado sino hacer todo de otra manera; inventarse un futuro distinto en el que las nuevas tecnologías -complementadas con habilidades y entornos regulatorios apropiados- sean la base de un proceso de crecimiento inclusivo.
Construir ese futuro para América Latina nos obliga a mirar los desafíos tecnológicos, educativos y laborales desde una perspectiva que incorpore el contexto de la región. Por ejemplo, en línea con el debate de los países desarrollados, es importante abordar la actualización de la currícula educativa. Pero también resulta indispensable mejorar la calidad del sistema de educación y lograr consolidar un sistema efectivo de aprendizaje a lo largo de la vida.
Si hablamos de tecnología, por otro lado, no podemos dar por sentada la transformación digital que vemos en el primer mundo, ni asumir sus patrones de cambio tecnológico como propios. Del mismo modo, tenemos que evaluar las nuevas formas de trabajo -asociadas a plataformas como Uber o Freelancer- tanto a la luz de los riesgos para las y los trabajadores formales, como de las oportunidades para el segmento informal. Quizá más importante aún, América Latina es una de las regiones más desiguales del mundo: la inequidad va más allá del ingreso y se observa en la forma en que se distribuye el acceso a la infraestructura digital, la capacitación y los trabajos de calidad. Es esto lo que, en suma, determina quién se sube a la revolución y quién se queda al margen.
Estos son apenas los trazos gruesos del debate. Construir un futuro que rompa con el pasado demanda una alta consistencia entre el conjunto de datos y conocimientos y las narrativas que se generan sobre el futuro del trabajo en América Latina, por un lado, y los verdaderos desafíos que la región enfrenta.